28 de junio y mi bronceado está a punto de alcanzar su máximo histórico. Al calor infernal se le suma una mala leche afligida, impulsada por ciertas imposiciones que se cruzan en mi camino vital. Las órdenes no entran en lo anárquico del sistema mental de mi cerebro y, si antes me rebotaba con grandes enfados, ahora reacciono inundándome en la tristeza. Supongo que habré madurado. Llego a la conclusión de que es mucho mejor la ira repentina y pasajera que la pena silenciosa y arrolladora, aunque la primera salpique a los demás y la última sea íntima. ¡Que le den a los demás! —a ver si aprendo—. Los dictámenes me crean un rechazo profundo; no por libertinaje excesivo, vaguedad o falta de compromiso, sino más bien por lo que decía Rousseau: que la libertad no consiste en hacer lo que a uno le da la gana, sino en no hacer lo que no quieres. Y que me obliguen a hacer lo que no quiero saca lo peor de mí. En mi vida no he hecho nunca lo que me ha dado la gana, al menos completamente, pero tampoco he hecho eso que no he querido hacer. Lo primero no lo he cumplido por una cuestión de posibilidades económicas (no por hacerle caso al suizo), porque si hubiese tenido la oportunidad —antes— no hubiera dudado en ser un sinvergüenza libertino. Ahora solo aspiro a la abundancia para poder comprarme un terreno y diseñar mi propia casa: un salón enorme con una majestuosa chimenea, un despacho repleto de libros y botellas de alcohol, una piscina encarada al mar (es de ser ordinario) y un huerto donde pasar las mañanas junto a mis padres, mientras se consumen por la edad y me enseñan a plantar tomates. Me alejo del despropósito de los coches caros, las compras compulsivas o las botellas de mil euros a las que están (o estaban) tan viciados algunos de mis amigos ricos. Me dan absoluta pena, pero para no hacerles un feo, les ayudo a terminar esas botellas. Es un gesto de amor; ya que les toman el pelo, al menos que no se jodan el hígado. Mientras mi moreno sigue in crescendo, espero que se me pase la penuria y la mala leche. Hace calor y a mí me tratan de obligar a ir contracorriente; a hacer cosas que no quiero. En caso de ceder, que Rousseau me perdone.
BOICOT AL BAR BOIA, BOICOT A MOSCARDÓ
El otro día a Moscardó la policía le boicoteó una performance artística. Me pone porque es un extremo tan insultantemente ridículo, que quizás encienda una era de revolución. Molestan los chiringuitos, los pintores, la felicidad y la música. No hay conspiración cuando...